Para ayudar a una persona que ha perdido a un ser querido hay que acercarse a ella desde el respeto y el afecto y huir de una ayuda “voluntarista” pero de nulo contenido y eficacia.
La mejor manera de ayudar es atender a las indicaciones y sentimientos que expresa el doliente porque él o ella sabe perfectamente lo que necesita, le acompaña y le alivia.
“Desde fuera” es muy difícil “ponerse” en el lugar del doliente y, en muchas ocasiones, “comprender” lo que le viene bien o le sienta mal.
El silencio es la mejor compañía y dejar que sea el doliente quien hable y exprese aquello que le apetezca decir es una buena forma de abordar esa compañía.
Hay que rehuir dar consejos o hacer comentarios del tipo “…tienes que salir adelante”, “…el tiempo todo lo cura”, “…descansó”, “…habéis descansado”, “…tienes mucha vida por delante”, “…eres muy joven”, “…era muy mayor”, expresiones todas ellas que, dichas con la mejor de las voluntades, son extraordinariamente inoportunas y provocan el rechazo del doliente.
El silencio, dejar que el doliente hable o seguir su conversación son formas más cercanas, realistas y sólidas de acompañar.
En lo velatorios un abrazo sentido y cercano lleno de afecto, sin necesidad de palabras, es la mejor expresión de pésame.
